14 dic 2007

Brisa de un otoño gris


Las 22:20 del 19 de junio de 1998.
Era una noche fría, las hojas se me iban acabando poco a poco. Tenía que estar allí 22:30, sabía que no iba a llegar y por eso, no me apuraba. La televisión estaba prendida como de costumbre y yo, desde mi habitación, escuchaba una ópera de quién sabe quién, muy hermosa por cierto. Me preparé: mi mejor smoking estaba allí desde el día anterior, planchado y limpio como nunca antes lo había estado, sin embargo, volví a plancharlo cuidadosamente y me lo puse. Me prefumé con el perfume más caro que tenía y me miré un buen rato en el espejo que había frente al piano. Me recosté simplemente para mirar el techo y pensar… pero esto último fue inútil intentarlo. Me paré, busqué whisky del modular de vidrio, lo serví pero no me animé a tomarlo. Lo dejé ahí. Pedí un remis que vino a los 5 minutos. Llegué al restaurant que habíamos acordado. Me senté en la mesa que teníamos reservada y me extrañó que ella todavía no había llegado, miré el reloj de oro que me había comprado hacía unos días: 22:15. Imposible. Llamé al mozo y le pregunté la hora: 22:15. No había casi nadie en el bar pero a mí no me preocupaba, simplemente quería que apareciera, arreglásemos los asuntos pendientes y marcharme (aunque sabía que en unos momentos no iba a querer que fuese eso lo que sucediese). Pasó mucho tiempo, me animaría a decir que fue alrededor de una hora pero no quise volver a mirar mi reloj. Cuando apareció, la vi en el reflejo del vidrio que había cerca del mostrador y que daba a la cocina, su pelo inconfundible me anunciaba que la espera había valido la pena. Cuando le hice una seña para que viniera a la mesa me lamenté que no fuese una cita de otro fin, algo más que simplemente una deuda… que, encima, sabía que nunca me la iba a pagar. Pero era tan agradable estar ahí, con ella sentada frente mío con su vestido rojo y su infaltable pañuelo rosa, que no me importaba ni la deuda ni la hora ni nada, sólo quería que esa cita fuese la más larga de mi vida (no como había dicho antes, es que su belleza era inigualable y me hacía olvidar todo el odio que sentía dentro mío). Le pregunté qué quería cenar, me dijo que tomaría sólo un café y se marcharía. No la contradije, pedí un café y para no ser descortés yo sólo pedí un cortado para mí aunque el hambre me estaba matando. Nos quedamos en silencio durante un buen rato, ella parecía indiferente, yo, aunque eso era lo que trataba de aparentar no creo que lo haya logrado. Encendí un cigarrillo y le pregunté para qué había venido, me respondió que porque yo la había citado y a modo de respuesta (o al menos eso resultó ser) me ahogué no se si con el cigarrillo, con el aire o con lo idiota que había quedado.
- Le voy a pagar la deuda, si es eso lo que lo inquieta.
¡¡Me había tratado de usted con los apenas 30 años que le llevaba de diferencia!!
- No fue por eso que la cité, pero si eso es lo que desea, de acuerdo, sus deseos son órdenes.
Sacó el dinero de su cartera, me lo dio y se fue… me quedé embelesado mirándola caminar, era de una silueta única y de una belleza –como ya dije- inigualable. El dueño del bar me dijo que debía pagar la cuenta y marcharme. Busqué el dinero que ella me había dado pero no lo encontré en ningún lado… me consolé pensando que, al menos, esos años que había insistido en que me devolviera el dinero no habían sido en vano: al menos la había conocido.
Al mozo le pagué con la plata que había llevado yo mismo y me marché, no sin antes preguntarle (esta vez al dueño) la hora: 22:15 . Cerré la puerta del restaurant/bar y miré la hora en mi reloj:22:15. Me desesperé, corrí las 30 cuadras que separan el restaurant de mi casa. La puerta estaba cerrada con llave, como la había dejado yo al salir. Entré y fui directo al modular de vidrio a tomarme el whisky que había dejado, para tranquilizarme . Llegué. El vaso estaba vacío y el reloj de oro de mi muñeca había desaparecido, sin embargo, sabía que eran las 22:20 del 19 de junio de 1998 y que ella todavía me estaba esperando.

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